En toda relación llega un momento en que se nos pasará el apasionamiento de la atracción inicial, y eso no significa que la relación esté terminada; si así lo creyésemos, estaríamos cambiando de pareja cada pocos años. Un tema muy diferente es que se hayan terminado el cariño, el respeto, la sintonía, la complicidad en aspectos básicos de la vida, la posibilidad de sentirse bien cada día, de reírse y disfrutar juntos de compartir actividades, ocio, ilusiones…, entonces tendremos que poner punto final a lo que hacía tiempo estaba agotado.
Algunas señales de que la relación ha llegado a su fin:
- Cuando al menos uno de los integrantes de la pareja ha perdido el respeto hacia la otra persona.
- Cuando hayamos comprobado una incoherencia permanente entre lo que nuestra pareja dice y lo que hace en aspectos esenciales de la vida.
- Cuando de forma continuada sintamos pena por nosotros/as mismos/as, y por los hijos/as que hemos tenido en común.
- Cuando la desesperación ha desplazado a la ilusión.
- Cuando sólo sentimos dolor al imaginarnos el futuro en común.
- Cuando la falta de control de un miembro de la pareja haya dado lugar a la vejación del otro, y la persona sin control y equilibrio emocional no admita que necesita ayuda inmediata para superarlo y no se someta al tratamiento indicado.
- Cuando nos sentimos prisioneros de nuestra relación, y desearíamos que esta persona desapareciera de nuestra vida.
- Cuando nuestra pareja ya no nos suscita ninguna de las emociones que antes nos hacían vibrar, soñar o disfrutar de la forma en que únicamente él/ella lo conseguía.
- Cuando sintamos que no hay cariño mutuo en la relación.
- Cuando las diferencias en aspectos cruciales sobre cómo enfocar la vida sean insalvables.
- Cuando hayamos comprobado la imposibilidad de alcanzar acuerdos en las áreas básicas de la convivencia o de la educación de los hijos/as, y/o cuando esta discrepancia cree confusión e inseguridad en los hijos.
Fuente: “Amar sin sufrir” de Mª Jesús Álava Reyes
No hay comentarios:
Publicar un comentario